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miércoles, 25 de enero de 2012

Nuevo recorte bibliotecario, esta vez... ¡los clubes de lectura!

Imagen obtenida de La Opinión de Murcia
Últimamente no toca más que dar malas noticias, hoy (ayer en realidad) es el turno de los clubes de lectura de la Biblioteca Regional de Murcia, un servicio a través del que los usuarios-lectores pueden contar sus impresiones acerca de un libro (o cómic) después de su lectura.
Durante varios años, aunque no hablara :), he asistido al club de lectura de la Universidad de Murcia, hasta que, por falta de tiempo (para asistir a la tertulia y leer el libro que hubiéramos elegido) tuve que dejarlo.
Estamos llegando a un punto en el que, cualquier actividad cuyo coste sea mayor que 0, es susceptible de ser eliminado, independientemente de a quién afecte.
Para quien nunca lo haya probado, la experiencia del club de lectura es muy enriquecedora, quitando las dos o tres primeras reuniones, en las que la vergüenza puede más que el ansia de participar, cada mes nos reuníamos en la Sala del Piano del Colegio Mayor Azarbe (un lugar muy apropiado), en torno a una mesa que, en pocos minutos, se llenaba de bolsos, móviles (en silencio) y libros (de todos los tamaños, precios y ediciones).
Y entonces, Ángel Salcedo inauguraba la sesión con una pequeña biografía del autor, curiosidades sobre la obra, pensamientos del autor... todo extraído de los prólogos de otros libros, autobiografías, artículos de opinión e impresiones propias tras varios años dedicándose a esta forma de cultura.
Tras unos minutos de silencio, pues nadie quería intervenir el primero, llegaba la frase profunda de cualquiera de los amigos. La novela le había recordado a un personaje de otro autor, aquel argentino..., sí, seguro que lo habéis leído... ¿cómo se llamaba?... ¡ah, Roberto Bolaño! ¡no, espera, ese el chileno! ¿seguro? Sí, sí, segurísimo, os leo este pasaje...
Entonces, Mariano, hacía su entrada estelar (y el que quiera enterarse, tendrá que ir al club, si todavía existe para entonces)
Y después era un no parar, unos interrumpían a otros, éste terminaba la frase de áquel, tres que recordaban una lectura anterior, alguno rememoraba la visita del club de lectura a la casa de Rosa Regàs,... Y al terminar, en torno a las 10 de la noche, aún quedaba tema de conversación, teníamos que seguir hablando, así que trasladábamos el club a cualquier bar cercano en el que tomarnos nuestro refrigerio particular (dos whiskys con naranja, y unas patatas fritas, para reirnos de lo perra que es la vida...)



En fin, lo que se pretende cerrar, no son sólo clubs de lectura, es un punto de encuentro cultural, una invitación a  la reflexión literaria, al interactuar del ser humano con otras personas que, de otro modo, nunca habría coincidido...



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